lunes, 28 de mayo de 2012

Espinosa, historia de un infiltrado


laprovincia.es 27 de mayo de 2012   
José Luis Espinosa era el 'Ahmed' español en Argelia. Allí conoció a Antonio Cubillo, con quien trabó amistad para vigilar cada uno de sus pasos. Un espía enrolado en el Mpaiac que organizó el atentado contra el líder independentista

E. CUBILLO / Ó. GUISONI (*)
LAS PALMAS DE GRAN CANARIA
El documental Cubillo, historia de un crimen de Estado tiene como protagonista principal la figura de Antonio Cubillo, ¿pero qué sería de Sherlock Holmes sin Moriarti o de Batman sin Joker? En la historia de Cubillo, José Luis Espinosa, su antagonista, encarna ese papel. ¿Pero quién es José Luis Espinosa?

Espinosa nació en 1929 en Murcia, hijo de un ex comisario comunista. A los 18 años se estableció en Argelia junto a su familia, que huía de la dictadura franquista. Sin estudios, el joven español empezó a trabajar como carpintero en los cuarteles militares franceses. En 1954, cuando comenzó la guerra de independencia argelina, tenía 25 años. Un militante del Frente de Liberación Nacional (FLN) contactó con él y le pidió un favor muy especial: "Queremos que nos pases información de los cuarteles donde trabajas"; él le dice. "¿Qué tipo de información?" "Toda, de los puestos de guardia, armamento, el número de soldados que hay en cada unidad y cualquier cosa que puedas oír". Aquel iba a ser el primer trabajo de Espinosa como espía. Los argelinos comenzaron a llamarlo Ahmed, el español.

En 1962, con el triunfo de la revolución, el FLN considera que Espinosa es un héroe y lo nombra teniente del nuevo ejército.

Después de la guerra civil española, muchos antifranquistas se refugiaron en México; uno de ellos, el general Alberto Perea, había creado allí "un gobierno", la III República Española, cuya presidencia se había adjudicado el general Navarro del Barrio. Tras la independencia de Argelia, la III República se traslada al país árabe debido al apoyo que el FLN brinda a los movimientos de liberación. Es en esta organización donde Espinosa conoce a Cubillo. Espinosa se presenta como Gustavo. Cubillo no hace preguntas. En 1963 en el corazón de la revolución africana y en una organización clandestina, con un nombre de pila basta.

Espinosa traba amistad con el líder canario y le presenta a sus contactos, pero pronto Cubillo se haría con la ciudad. Espinosa ve cómo el recién llegado se convierte en un protegido del FLN. Cincuenta años más tarde me confesaría personalmente que la razón de traicionar a Cubillo, hasta el punto de planear su asesinato sin sentir remordimientos, fue la envidia, "él subía como la espuma gracias a mis contactos, y yo me quedé atrás, se lo tenía merecido".

El presidente argelino Ben Bella quería saber si las organizaciones que le estaban pidiendo ayuda para derrocar a Franco tenían verdadero apoyo popular, ya que no quería que Argelia malgastara su dinero. "Ben Bella me llamó a su despacho para proponerme que espiase a un grupo de españoles que acababan de llegar", le contó Espinosa en 1982 al periodista José Díaz Herrera, de la revista Cambio 16.

El joven español aceptó una vez más el encargo y comenzó a pasarle información al coronel Sliman Hoffman, un oscuro militar que luchó junto a los franceses durante la guerra de liberación, y que en el último momento, haciendo gala de un gran oportunismo, asumió la causa argelina.

Espinosa y Hoffman no tardarían en forjar una gran amistad. "Espía a Cubillo", le pide Hoffman, "quiero saber si en Canarias lo siguen y qué hace con el dinero que le damos". En 1965, uno de los ancianos militares de la organización de la III República llama a Espinosa: "Necesitamos pedirte un favor muy especial, tienes que hacerlo y honrar la memoria de tu padre", le dijo. "¿Qué necesitáis?", preguntó Espinosa: "Que introduzcas un cargamento de armas en España". Aquella era una misión mucho más arriesgada que un simple espionaje, pero Espinosa aceptó. No tuvo suerte. Ya en España, en el ecuador de su misión, Espinosa guardó la maleta con armas en la habitación de su hotel, la chica de la limpieza la encontró y la policía franquista lo detuvo. En la sala de interrogatorios Espinosa se derrumbó y contó todo. La policía le ofreció trabajar para ellos y aceptó. "A cambio", les dijo, "quiero que traigan a mi hijo a España, el desgraciado se muere de hambre".

El franquismo estaba cada vez más preocupado por el poder y por los recursos con los que contaban las organizaciones armadas opositoras que tenían su sede en Argel. "Queremos que espíes a la III República", le dicen. Espinosa obedeció. Franco ya tenía su hombre en Argel.

Pero al dictador español no sólo le preocupaba la oposición interior. Poco a poco el país había ido perdiendo todas sus colonias en África y a finales de los años sesenta cada vez parecía más evidente que también iba a perder el Sahara Occidental. Un territorio al que aspiraban Marruecos y Mauritania, pero al que Argelia miraba como un espacio estratégico para asegurarse una salida al Océano Atlántico. Con el conflicto por el Sahara en medio, al gobierno franquista le inquietaba cada vez más la labor diplomática decidida y tenaz de Antonio Cubillo, en su cruzada por incluir las Islas Canarias entre los territorios que se estaban descolonizando. "Espía también al Mpaiac", le ordenaron.

Años más tarde, Espinosa vuelve a Argelia con una misión. Una vez allí va a ver a un viejo conocido, el coronel Sliman Hoffman, que se ha vuelto uno de los personajes más influyentes del país. "Dígale que soy Ahmed", le dice al personal de seguridad, "Ahmed, el español". Con ese nombre lo recuerdan todavía los viejos militantes del FLN. Hoffman lo recibe con alegría. Durante esos años, Espinosa, a pesar de apenas saber leer y escribir, había sido infiltrado en el sindicato socialista UGT y se presenta en Argelia como el hombre de enlace de los socialistas con la revolución argelina. Su labor como topo es perfecta. "La izquierda española", le dice Espinosa a Hoffman, "quiere saber si es verdad que Argelia está apoyando al Mpaiac o si todo son faroles de Antonio Cubillo". "Claro que lo apoyamos" responde Hoffman.

Después de la reunión, Espinosa se va a ver a Cubillo. Para el líder canario, el espía se llama Gustavo, que es como Espinosa se había presentado desde los años sesenta entre los antiguos exiliados españoles. "¿Qué necesitas?", pregunta Espinosa a Cubillo. "El Mpaiac va a comenzar la lucha armada en Madrid y tú eres la persona que necesito. Tienes que ayudarme".

Al día siguiente Espinosa le cuenta a su superior, el comisario Conesa, el resultado de su encuentro con Cubillo: "La única manera de controlar al Mpaiac es crear un comando armado en Madrid. Cubillo quiere que yo dirija ese comando para empezar a poner bombas en la capital". Conesa le responde: "Deja que lo piense y mañana te respondo". La apuesta era arriesgada, pero el comisario necesitaba mantener el control del Mpaiac para seguir siendo imprescindible al gobierno. Por otro lado, si terminaba con el Mpaiac, los 100 millones de pesetas anuales destinados a la policía para luchar contra la organización se esfumarían, el Mpaiac debe de seguir actuando, pero controlado. Al día siguiente Conesa llama a su hombre en Argel. "Dile a Cubillo que tu dirigirás los atentados de la capital". El comando Madrid del Mpaiac acababa de nacer. Durante los últimos años Espinosa se había convertido en el hombre del comisario Conesa y había tenido tiempo de infiltrarse en otros movimientos de izquierdas, como el Grapo y el FRAP.

Roberto Conesa fue jefe de la nefasta Brigada Político Social, el tristemente célebre órgano del aparato represor del franquismo, pero en 1976, con la llega de la democracia, Conesa es enviado a un destino menor en Valencia, después de que el nuevo gobierno decidiera disolver la Brigada. Pero Conesa no estaba dispuesto a resignarse, no era un hombre al que le gustara estar en segundo plano.

El 11 de diciembre de ese mismo año se produjo un hecho que puso en serio peligro todo el proceso de transición: una célula de los llamados Grupos Revolucionarios Antifascistas Primero de Octubre, los Grapo, secuestró al presidente del Consejo de Estado, Antonio María de Oriol y Urquijo, y al teniente general Emilio Villaescusa. El golpe fue de tal magnitud que el presidente Suárez llegó a pensar que su gobierno estaba acabado. Conesa supo entonces que había llegado su oportunidad.

A Conesa no le cuesta nada resolver el secuestro. José Luis Espinosa lleva infiltrado en los Grapo desde hace años. Pocos días después, el 11 de febrero de 1977, los dos son liberados. Conesa aprovecha el éxito de la operación para volver a ocupar un puesto privilegiado en la estructura de la policía. En junio de 1977 lo bautizan como "el supercomisario Conesa" y Martín Villa le concede la medalla de oro al mérito policial. Meses después, gracias a la labor de Espinosa, la plana mayor del Grapo cae en una redada cuando sostenían una reunión clandestina en Benidorm.

Poco tiempo después, el supercomisario Conesa llama a su espía: "Tienes que volver a Argel", le dice Conesa, hay que eliminar a Cubillo, introdúcete en el FRAP y encuentra a un asesino". La manera en que Espinosa aborda esta nueva misión pertenece a otra historia, una historia que José Luis Espinosa me contó hace ya un año, después de haber salido de la cárcel por el intento de asesinato de mi propio tío. 30 años después, Espinosa, alias "Gustavo", alias Ahmed, alias Alberto Torremocha, cuenta los entresijos de su última misión en un documental que tiene por título Cubillo, historia de un crimen de Estado. Un documental que pretende, más allá de polémicas o rencores, contar un episodio oscuro de la transición española con los protagonistas reales de este thriller político.

La película está en cartel en los cines Monopol desde del día 25 de mayo y vuelve a proyectarse en TEA del 28 hasta el 30 de este mismo mes. Más información: www.lagavetaproducciones.com/docu.


Al final se pueden ver algunos videos más

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